La entretenida tela de tarántula
en la que me balanceo
está hasta los topes de elefantes.
Hora punta.
Las axilas exhalan la canción de la madrugada,
tres o cuatro terroristas
se cuelan en la cola de la frutería
y un recién nacido
vomita sus vidas pasadas sobre la visa de su padre.
Próxima estación: Babilonia.
Baja un elefante
y suben treinta y dos.
Hora punta.
Chirrían las articulaciones
de los dedos que teclean frenéticamente
la misma conversación de siempre,
una y otra vez,
infinitamente
y un tractor pretende
cabalgar a pelo un purasangre.
Próxima estación: El cementerio.
Con la sutileza de un tsunami
vamos desabarrotando
la entretenida tela de tarántula
y queda únicamente en ella
un poema inacabado
que se balancea
y, a veces,
…