Los
poemas sólo son humo.
Puedo
prometer praderas profundas,
parajes
ignotos para perdernos,
eternidad
donde tendernos.
Tus
estambres piden polen.
Tú eres
idílica musa
con la
menstruación impoluta de la luna
y las
hojas de parra en la nuca.
Yo soy
sombra iridiscente
que
ocupa tus rincones
con la seda entre los dientes.
Soy
paciente francotirador del verbo
que certero
se posa en tu vientre y lo atraviesa.
Soy
arquitecto constante del beso
que
estructura tu lóbulo izquierdo y lo yergue.
En el
texto ambos habitamos armonía,
no
evitamos levitar en los encabalgamientos,
estamos en contexto,
buceando
en los cimientos de la estrofa sin escafandra.
Por
esto
en la
realidad tangible
sólo
somos sólidos si nos olemos,
si
hacemos óleo de fluidos
en el lienzo de la sábana.
Sólo
somos auténticos en el artilugio,
articulamos
palabras sólo con mordaza,
aderezamos
con sal artesanal nuestra liturgia,
nuestro
amor es artefacto.
Sólo
somos humo en la presencia.
En el
poema eres perfecta meretriz,
astuta
vendedora de fósforos imperecederos
que no
quiere mi dinero
si no la fricción etérea
de mi
bolígrafo enfermo de forma.
Yo te
ofrezco el fondo insondable
de un
ahora sin disfraz eterno,
el
inefable verso inmenso sin cesura ni prosa ni pausa ni mesura,
el
efímero contacto sin contrato
de dos
cuerpos desmembrados
que fluctúen en la superficie
pálida del mediodía
mientras
juegan a ser puzle.
Pero tú
ya tienes tu orgasmo de rimas,
el
cigarro de después a medias
y las
medias en su sitio.
Mi amor
no se consuma
por
consumir el humo del poema
y
termino por animar la imagen en mi mente
de mi
ráfaga de futuros inminentes en tu cara.
Y la
belleza se apaga
y ya no
puedo ni prometer en vano.
Sólo
somos uno si fumamos juntos
de la
sólida humareda de la soledad.