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domingo, 19 de enero de 2020

Domadores


 “Las palabras no me van a devorar
como un león a un domador”.
Andrés Sudón.

Al final, las palabras
  que te devorarán si no las domas.

Son un ecosistema dentro,
se retroalimentan entre ellas,
copulan con los verbos
y conciben oraciones que rebotan
en los templos internos eternamente y,
si no caben más,
se pega su eco a los cimientos
y acaban por romper el cielo raso,
el techo y el cielo luego.

Las palabras cazan en manada
domadores únicos rebeldes
que abandonan sus látigos de tinta
en el estante de los grandes clásicos.

Qué más da la melodía,
qué más da la literatura,
qué más da, en todos sus sentidos,
el acto de dar más de sí.

Me da igual el regocijo,
me dan igual los conceptos concretos,
las monedas y los taxis,
me da igual la cantidad de ojos
            depositada en estos versos ya.

Las palabras depredadoras
salen a comerte un martes
mientras alimentas a un pez
            obeso y luminoso
                       con tus minutos muertos.
Te rodean entre doce
formando dos versos mediocres
con posibilidades reales.
Y tú, con el cadáver del próximo minuto
            colgando de los labios,
no alcanzas a lanzar el látigo
y te mastican las entrañas crudas.

Es por eso que todo.

Nos da igual
            el programa de la lavadora,
nos da igual el éxito
            en el sentido de salir,
somos domadores de palabras,
coreógrafos de estrofas,
cómo no se nos iban a secar los rostros.

Al final sí que nos devorarán.

Estrenaré un cuaderno tras otro
hasta no dejar hueco para el látigo
            ni para los clásicos,
sólo miles de volúmenes
del soliloquio de este chalado
            elegante y chabacano
hasta que se acaben los ecos
y saque de mis tímpanos
            a las fieras ávidas
                       de ser vida en celulosa.

Al final sí que me devorarán las palabras
si no las domo.

Me fagocitan la calma,
me engullen el brillo,
digieren lentamente mi ligereza
y la gravedad se agrava.
Sí,
la naturaleza lo es todo,
menos aquello que no es nada.
La naturaleza es sí.
Ésta no puede no tener forma,
peso, altura, astralidad o nombre.

Toma nuestra libertad universal
y dámela.
Lame lento cada verso
sin motivo aparente ni importancia.

Nos deleitaremos
en cada voltereta de león
de las palabras mansas
mientras muere de inanición
el pez repleto de notificaciones.

Dejaré de lado el no y la nada
y dormiré al sueño del todo
para despertar porque sí
el sentido de la vida.