Las anémonas del bosque encantado número cuatro están fervientes de melatonina y los molinos del sótano aúllan empedernidos en el filo del cuarto menguante de la luna.
Una, dos, tres y hasta cuatrocientas especies de tímpanos escuchando la misma oración, la misma canción, bañándose en el mismo bálsamo de melancolía de plastilina.
La cicatriz cifra su honor en el infinito y los duendes, que ya no pueden dominar a las anémonas, huyen hacia la linde del olvido pero siempre vuelven cegados por la claridad de la verdad.
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