La culpa es de la culpa.
Nunca fui nocivo ni complejo
ni simple necio aletargado,
siempre sencillo, sincero y blanco
y falto de malicia en mi reflejo.
Si la culpa no existe,
la inocencia es inefable.
Sé bien que generé dolores colaterales
en acciones bienintencionadas,
lo sé bien porque cargo con culpas vanas
que me vienen de otros males.
La inocencia ya estaba aquí antes.
La culpa es un invento.
Siempre fui solícito y amable
y sin doblez en mi relato,
nunca lesivo ni zorro ni malsano
ni zafio garrulo miserable.
La culpa es el delito.
Nadie sabe qué se cuece al fondo
en los zulos de mi subconsciente,
no se sabe porque arde antes de ser siempre
y sólo quedan humo, ceniza y lodo.
Si la inocencia es natural,
la culpa es artificio.
Sólo fui joven jabalí sin dientes
ni dogmas ni vallas morales,
nada más que transparencia suave
y sin más meta que el presente.
La culpa es consecuencia.
La inocencia es inherente.
No me supongan intenciones raras
ni me carguen con su pena,
sólo tengo humanidad en vena
y los motivos de las cabras.
Si la culpa es arma arrojadiza,
la indiferencia es revolución.
La culpa es de la culpa.
No me roben libertad ni juego.
La inocencia estaba primero
y la culpa deshumaniza.