Llevas los ojos pintados de rayos de noche,
suave carita angelical desconsolada
y un paracaídas raído en los labios.
Te descubro
paseando al borde del abismo
de la
barra del bar
como con un
imán en las pupilas
murmurando melodías imposibles
mientras
apuras un tercio.
La noche sigue rayándote la pintura de los ojos
y tu sombra es más larga que el silencio.
Tus palabras son trapecistas ebrios
y me cuentas
que ya no sabes si debes contar
o descontar
los días
o contar de dos en dos
o quitarle los domingos al calendario
o arrancar el segundero de todos los relojes…
yo te
digo
que los días son de barro
que se moldean con las manos
y te invito
a rayar la pintura de la noche con las llaves de tus ojos.
Pero mis palabras
son funambulistas sordos
en el circo fantasma de las utopías
de este maestro de ceremonias desahuciado
y cretino
que solo buscaba un poco de cariño.
Y me descubro
paseando al borde del abismo
de tu
cara
como
con un imán en las pupilas
murmurando melodías imposibles
mientras
apuro mi tercio.
Y el barro de los días
se va solidificando
por haber querido moldearlo con palabras
y ya no queda birra
y nos alejamos del abismo de los
bares
mientras un rayo de luz
le pinta los ojos a la noche
y nos
alejamos el uno del otro,
aunque
caminemos
en la misma
dirección,
como dos malabaristas mancos
que quisieron impresionar al tiempo
y este
se les vino encima.
Y nos alejamos el uno del otro
para no
tener razones para dejar de ser suicidas
por el vértigo
que supone
alejarse del abismo.
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