Apareces
sigilosa
siempre
por el jardín.
Contienes
una tormenta solar
en la sonrisa,
repeinada
por dentro
y por fuera;
la
típica jipi que toda madre
querría
para su hijo.
Tus
tetas eclipsan al tiempo,
fruta
fresca y luz de vela
desvelándote
el vientre
y
la quietud con que me observas
mientras
difumino los contornos de mi lengua
con tus pétalos.
Te
gusta escuchar el silencio
que
provocan nuestros cuerpos
pero
sacudes la mente de tal modo
que
a veces despiertas al humo.
La
música no lo oculta todo.
Contienes
la curiosidad de veinte gatos
en
los dedos,
palpas
mi espalda como sin querer
y
me desprendes el pasado.
No
dices nada.
Contienes
en la frente
una centrifugadora de palabras
áridas,
un
sunami de frases kilométricas
que inundaría nuestra orilla.
Te
oigo generar realidad pero no escucho.
Prefiero
seguir olfateando
en busca de tu tacto,
seguir
rebañando el tarro de tu iris
en busca de tu sexto sentido.
Pero
siempre desapareces sigilosa,
por el jardín,
antes
de que dé contigo.
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