Por no hacer nada.
Soy un campo de minas antiguas,
heridas por abrir
y champán por descorchar.
Soy una caja de obviedades,
un militante de la espera,
un pusilánime soldado
apostado en la negra retaguardia.
Cargando con las piedras
de los templos que no edifiqué,
con esta corona hecha de las púas
que no lancé contra los monstruos.
Dolido en los dedos de no decir.
Callado en la cuenta atrás
del fin de la humanidad,
guardando los secretos milenarios
heredados de mis antepasados.
Con el petate de la revolución
hasta los topes de retórica eficaz
para derrocar esta tiranía electa
por la estupidez mundial.
Palabras de mano y estrofas de asalto.
Siempre esperando al próximo tren,
fumando sedantes en la estación
haciéndome el interesante
ante la mirada de un hipotético nadie.
Por no hacer nada.
Lo que me va mellando
es esta silla tan cómoda,
lo que me mata es tanta vida
acumulada al borde de la garganta.
Si no pudiera ser un héroe,
sestearía en los laureles del arte.
Si no pudiera ser un mártir,
despertaría sin dolor de espalda.
Son las flechas que no me clavan.
Es esta capacidad para sofocar
la punta de la llama de la ansiedad
de los ojos que se posan en mis ráfagas
la que me mantiene en vela agonizando.
Eludo mi don y se me precipita el cielo,
riego mis tiestos con lágrimas bobas
y crecen cáctus a los que abrazo
mientras la lluvia se lleva mi rabia.
Es por callar que estoy disfónico.
Asomo la cabeza desde la trinchera
para lanzar mi penúltima bengala
y quedar a la espera de refuerzos
mientras agoto las reservas de paz.
Es porque tengo la llave
que me mata ver la puerta.
Es por esta lucidez
que me cuesta respirar.
Por no hacer nada me desgasto.
Por no salir a salvar muero
en esta soledad tranquila
inyectándome el veneno
que calma y acelera el tiempo.
La última bengala es para mí
y espero mi llegada
mientras apuro rebeldías
entre inútiles versos desmedidos.