domingo, 3 de agosto de 2025

Atar mi voz

Nadie puede atar mi voz,

nadie puede machacar mi semilla,

dorar la piel de mi mensaje

ni cribar las trazas de sinceridad

      en este vómito sin mácula.

 

No me pueden amarrar al puerto.

 

Me basta con la rebeldía irracional,

      con interrogaciones arrojadizas

para reventar centrales nucleares

y curvar autopistas ardiendo

con las yemas de los huevos.

 

Tengo suficientes incentivos

con el reflejo cromado

      al fondo de unos ojos tristes

para mellar a dentelladas

las aristas de la metodología popular.

 

Puedo poner en duda el sol

y sofocar la pasión más densa

porque me he liberado del azar

y cabalgo a mi animal a pelo

      al filo de una luna tierna.

 

Floto en esta espuma de duda,

roto por superar el aforo de llantos

      acumulados en la nuca,

latigazos de cordura contenida

que dejo morir dentro de mi boca.

 

Yo no puedo permitirme la censura

y me supero amordazando la razón,

secuestrando un autobús de moralinas

y revisando el pasaporte a los dolores

para depurar el concepto final de ideologías.

 

No me puedo permitir impedimentos.

 

Nadie puede atar mi voz

sin acabar antes conmigo,

así como no puedo yo mismo

      dejarme brotar salvajemente

sin acabar antes conmigo.

 

No me puedo superar

      si creo haber vencido,

no me puedo sepultar con muros

porque tengo de las crines al monstruo

      que diseñó mis laberintos,

aunque por la tarde me merendará.

 

Y como sé que puedo hacerlo, enmudezco,

abro la boca y salen en pompas de jabón

una revolución mesurada

y una flor partiéndose en gotas rojas

en el filo de esta luna tirana. 

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