En los confines del mundo
debe de haber escondido
algún tipo de artilugio
capaz de amedrentar al miedo.
Después
amordazarle, atarle, meterle en un saco,
disparar,
arrojarlo al río, y disparar,
pero primero
necesitamos ese artilugio,
ese sistema capaz de diluir cualquier atisbo de cobardía,
ese caza-miedos
que lo derribe al primer contacto.
Es preciso encontrarlo.
Aunque
puede que no esté en los confines del mundo.
Incluso
quizá no esté escondido.
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