Esto no soy yo.
Ovillo de lágrimas de piedra
agazapado al fondo del salón,
olvidado en el brazo de la mecedora
susurrándome milenios de miedos.
No me pertenece esta tristeza.
Consumo lo ilusorio por sobrevivir,
aislado del ruido sordo de las balas,
en mi madriguera solitaria
consumiendo pétalos de luz eléctrica,
desestimo las caricias de las valkirias
que me ruegan fuego y palabras áridas.
No soy yo.
Es humano el placer divino y el dolor,
son humanas las paladas de cal y arena,
los pájaros migrantes que traen lo que eleva
y se llevan lo que brilla y vuelven.
Pero no me pertenece esta tristeza.
Es naturaleza viva la herida abierta
pero debería haber orgasmos para la ascensión,
amigos para la resaca, carcajadas volcánicas,
silencio activo, danzas enajenadas,
recuerdos nuevos para el olvido
y camas hechas para dormirlo todo.
No me reconozco en este entorno.
Me sobra hasta la última esquirla de esta tristeza,
el frío de Madrid, cada minuto anonadado,
me sobra lo accesorio y me basta con lo básico:
me basta con la libertad intacta, el amor pleno
y la verdad translúcida ondeando en una playa.
Yo soy esto otro.
Relámpago de ganas eléctricas
iluminando un documento en blanco,
enamorado de mi nube en esta noche oscura
gritándome lluvias de revolución.
Yo soy esta tristeza.