domingo, 29 de julio de 2012

Reanimación


Cabalgando con el viento a favor
me cuelgo de los pelos de mis sueños.
Enamorándome de las caricias
de mis sábanas solitarias,
vaciándome con los besos empapados de vino.
Olvidando que aún tengo espinas
clavadas en el culo,
salgo deslizándome por la puerta grande.

Cabalgando sobre un congelador de titanio,
hacia la costa de un mar bohemio,
para dejarme arrastrar por sus mareas.
Mordiéndome las manos
para no darle un tortazo
a la ignorancia disfrazada con ropa de marca.

Cabalgando sobre mi sombra,
apoyándome en mí,
confiando en mis dados de doce lados.
Me ducho cada minuto
con el ácido sulfúrico de la paciencia,
para no encomendarme a la ciencia barata
de un vaso de agua.
Si he de ahogarme,
que sea en una botella medio llena.

miércoles, 25 de julio de 2012

A la deriva


Entretanto tendemos tenedores
sobre el globo terráqueo,
y un viento huracanado los agita.

Me cuesta describir a la raza humana
            como elemento universal,
pero diría que somos todos grumetes desconocidos
de un barco a la deriva
y nos dedicamos a fregar el suelo
y rasgar las velas.

Mientras unos se pelean a cuchillo en la cubierta
otros miran mientras llevan a cabo funciones digito-nasales.
Abajo los esclavos siguen remando un barco que no es suyo,
a ritmo de tambor de multinacionales,
y los remos que empuñan son de madera maciza.
Desde arriba un científico chiflado con un catalejo
no avista más tierra que la isla de la muerte,
y nos avisa,
y desde abajo nos dejan verla a través de un calidoscopio.
Y en la proa, aristócratas con alzacuellos
tallan ídolos crucificados
            que protegerán a quien le deje una moneda.

Entretanto tendemos tenedores
y nos provocamos hemorragias nasales,
la nasa construye botes salvavidas
con tecnología papirofléxica japonesa
y la salvación la encontraremos
liberando a los esclavos de los pesados remos
para quemarlos en las calderas del barco,

y arrojar los remos por la borda.

lunes, 23 de julio de 2012

Quod natura non dat


Se respira un aire lento y pesado
en la ciudad.
El sol veraniego teje su tela en cada esquina
y desde los balcones
puedes ver cientos de insectos atrapados.
Los enamorados pasean mirando al infinito,
cogidos de la mano y sueltos del alma.
Los amigos de la infancia
se vomitan vidrios rotos unos a otros
y en los balcones
ya no puedes fumar lo que te plazca.
La plaza es un hervidero de foráneos
que disfrutan del exotismo tribal del tercer mundo.
El tiempo pasa cada vez más despacio
en esta ciudad enferma y moribunda
que acalla las voces curativas
y limita tus alas si pretendes saltar
de los balcones.
Se respira un aire lento y pesado en esta ciudad
que pretende quitarme
lo que la naturaleza me prestó.