Es en esta soledad en la que convoco,
uno a uno a todos mis fantasmas al escritorio.
Todos vienen con tu cara.
Me miran desde años luz,
nariz con
nariz,
me tienen asco,
sus mejillas rotas huyen de mí,
me tienen miedo.
Todos los fantasmas me rodean
y, con tu cara puesta,
me consuelan como desconocidos.
Mientras yo escribo.
Me acarician la espalda
con mano de
yeso,
me hablan de sus proyectos lejos.
Te robaron la cara mis fantasmas.
Se tumban en mi cama y lloran,
agonizan sin oxígeno entre gritos,
destrozados por mi culpa
y no tengo antídoto que los calme.
Les prestaste tu cara a los fantasmas
que sueñan con otros,
que echan de menos a uno,
que bailan el agua a cualquiera.
Todos con tu cara puesta.
Algunos vienen para despedirse,
pero siempre vuelven
para repetir la escena.
Y les suplico y me torturo.
Tú les regalaste la cara,
a todos les puse tu cara.
Todos me mienten,
todos ocultan detalles
y algunos atrocidades,
todos entienden que es lo más sano.
Y me desangro en esta soledad
en la que van abandonándome.
Mientras escribo.
No eres tú ninguno de mis fantasmas.
Pero todos visten tu ropa.
Todos huelen igual.
Todos hablan tu lengua.
Todos me matan igual.