Macedonia de tornillos y clavos oxidados
con leche condensada,
y un vasito de zumo de fregona natural
exprimida a
mano,
para desayunar.
Y las horas pasando como por joder,
mientras miramos las paredes intentando descifrar
de qué manera hemos llegado
a convertirnos en una rata más,
de las que odiábamos cuando éramos niños.
Y las horas pasando.
Y nada nos llena
porque hace tiempo que la avaricia perforó nuestro saco
y ahora pretende trepanarnos el cráneo.
¿Por qué una hora era más larga cuando éramos niños?
Y las horas pasando como putas,
mientras nos hacemos cuestiones intrascendentes
que consiguen llenarnos de lágrimas
las solapas
de los ojos,
y nos sentimos pequeños,
y quisiéramos acurrucarnos en los brazos de una madre,
pero las horas siguen pasando como locomotoras
y ya no tenemos madre,
tenemos un espejo que refleja a quien ha de defendernos,
y tiene miedo.