Como caracoles escacharrados
nos besamos
y caminamos sin rumbo,
como
nómadas,
por las dunas de tu cama.
Como suicidas de destrucción masiva
nos arrancamos la ropa
como si [ya] no existiera el frío,
como animales hambrientos
encadenados a paredes de papel.
Como conceptos ocultos en una escultura abstracta
nos abrazamos a la realidad astral
de un escalofrío,
y despreciamos la indeleble materia
de un ramo de efímeros pensamientos.
Como dos rojas gotas de acero fundido
que
se buscan en un laberinto,
recorremos los carriles
perdiendo
parte de nosotros en los surcos.
Sin atender al daño,
al futuro, a los estantes repletos de tarros de
reproches,
a las caricias de mentira, a los kilómetros
asesinos,
a las olvidadas papeleras llenas de soledad,
a los autobuses que perdemos por perdernos en las
sábanas,
a los fantasmas de las navidades pasadas, al
despertador,
nos encontramos como sin querer.
Y sin atender al dolor anciano que reside en
nuestros párpados
los abrimos
como
por primera vez,
y llenamos el aire de canciones sordas
que desafinan el silencio,
que revientan los muros, los edificios, las
carreteras, las placas tectónicas,
el espacio-tiempo, …
que nos llevan de nuevo a nuestra playa,
donde tu pelo era el telón del cielo,
y las estrellas un elenco enloquecido
por
la luna derritiéndose en el mar,
y como caracoles estrenando su caparazón,
nos besamos
y caminamos sin rumbo,
como
nómadas,
para no salir nunca de las dunas de tu cama.