Tengo un volcán en la boca,
literalmente.
Tengo tantas palabras preciosas
incrustadas al fondo de mis minas
que prefiero el silencio
que flota después de tus gemidos,
prefiero los rugidos animales
que la explicación empírica
sobre el magnetismo de la tierra.
Háblame de callarnos
y enarbolar la revolución interior
que arrase con la estupidez mundial.
He olido tu hueco
y he perdido el rumbo,
mi brújula se descontrola
y se me sale la lava de los labios
buscando quemar tu silueta.
Estoy buscándole un final
a este principio continuo
y sólo encuentro tu primera mirada
abriendo cada vez más puertas.
Este texto no termina
y las ganas se recargan solas
cuando tus ojos de hojas flotan
sobre esta boca enajenada
por el calor me hacen irradiar.
Usar la mente es para flojos
y yo tengo suficiente valentía
para mirar a los ojos al folio
y dejar que mis erupciones
te laven la ladera de la cara
para rodar por ella suavemente.
Si pudiera explicarlo, sería mentira.
Para eso está la poesía.
Dejo que broten las pompas
sin pasar por el filtro,
molido de miedo
ya no me atasco en los agujeros.
Nada que perder es un tesoro.
Si pudiera prometer futuro,
sería un absurdo arbusto sin fruto,
pero puedo dejar caer imágenes
de nosotros en la cima del mundo
y relatar el onírico torbellino
que me fuerza a danzar contigo
cada cinco minutos en mi cabeza.
La mente no sirve para la verdad.
Para eso ya está la poesía.
Y cuando digo que soy un volcán
quiero decir exactamente eso,
nada es más preciso que lo abstracto
y explicarlo es dar rodeos al océano
para no tener que mojarse
como mis dedos en tus maremotos,
para no tener que nadar hasta el fondo
y jugársela por un deseo incontrolable,
por una chispa inefable
que nos haga estallar sin forma
sobre los venideros caminos inflamables.
Por eso prefiero el silencio
pero siempre después de tu alarido,
siempre después de mi vómito de tinta,
siempre antes de la lluvia de ceniza,
silencio de chiribitas candentes
siempre durante la mirada infinita.
Exige mi silencio cómplice
con la sencillez de un beso.
Háblame de hablar en verso
para entender esta vorágine.
Tengo un volcán en la boca
literariamente, es decir,
tengo un volcán en la boca
y este es el final del texto,
es decir,
el principio de un universo.