No me interesa la erudición.
Jamás le di valor
al acaparador de conocimiento.
Para mí no tiene más crédito
que un vividor analfabeto.
Todos esos libros
están mejor ordenados en un mueble
que decorando las conversaciones
trascendentes
de la gente ávida de discusión.
No me interesa la cabeza recta
que cita al venerable pensador
para dictar sentencia.
Me apasiona más el balbuceo errante de
un borracho
que un pedante repetidor de
información.
La mente no tiene hueco para el ayer y
el presente,
para la escucha y la voz constante.
La erudición es contingente.
Me interesa lo importante.
El instante siempre es nuevo,
la libertad hace el amor con las
palabras
y duerme sola en su cama luego.
Pero lo respeto.
Tienen que existir el poeta y el
lector,
el que hace y el que observa.
El mago no puede ser conejo al tiempo,
la sabiduría no sabe mirarse en el
espejo.
No me interesa la erudición.
Jamás le di valor
al contenedor de versos yermos.
Antes prefiero el silencio perfecto
de quien construye desde cero
sin haber oído hablar del dos.
Nunca le di crédito al cretino
profesor
en cuyo bagaje no cabe el apredizaje
que le otorga la duda del alumno.
No se puede hablar de Dios
y que a la vez exista.
La realidad no puede ser escrita y
vista.
Andén en movimento viendo trenes
quietos,
lienzo y cuerpo del modelo
dibujando viento en el vuelo
de su propio parapente interno.
Pero lo respeto.
Tienen que existir el guerrillero y el
político,
el músico y el musicólogo,
Yo vacío el entendimiento
para comprenderlo todo.
Al filósofo no le interesa el filósofo.
Yo lleno de semillas el huerto del
folio.
A mí no me interesa el desarrollo.
El muerto al hoyo,
el erudito al libro
y el vivo al bollo.