Ese pequeñísimo reducto de libertad,
ese lugar donde converso conmigo,
donde confieso mi vicio y mi disfraz,
ese estanque de soledad vacío.
Ese espacio en que me sobra tiempo,
esa habitación blanca sin muebles
donde danzo con verbos muertos
y elevo el volumen de mi fiebre.
Ese único recinto en que puedo gritar,
donde puedo insultarme con soberbia,
allí donde nadie puede entrar a joderme.
Ese pequeñísimo reducto de libertad
donde puedo vomitar todo el hastío
es ahora un centro comercial y ya no es mío.