Deja que me acoja el caos,
no hagas nada.
Permite la destrucción natural,
la degradación lógica de mis tejidos,
no lo impidas.
Espera a que pase la brisa
y se lleve mis moléculas más dinámicas,
no parapetes el viento.
Este desgaste es mi alimento,
el tiempo que me lija es mi aliado;
no detengas las agujas,
no contengas más los granos
del indeleble reloj ineludible.
No soy fotografía
ni un eterno efebo de yeso.
No quisiera mantener el brillo álgido
de mi belleza;
lo que se acerca es lo que quiero.
No pretendas acaparar el presente,
no soy diamante ni cemento.
Este desgaste es mi alimento.
No sufras por mí,
soy feliz rebañando el tarro
de mi suavidad.
Déjame ser la levedad de la ceniza,
el vidrio quebrado por el uso,
el río vivo que corre por el surco
de la arruga.
No sufras
por la erosión de mi superficie,
deja que suceda
pues detrás llega lo nuevo
y ha de tener hueco.
Deja que me acoja el caos
mientras el fondo se me ordena.
Tú toma este pétalo
y frótate con él
hasta que no quede aroma,
así se nutre mi raíz,
así es eterno el momento
así asumimos que no hay Roma,
ni parnaso ni monumento,
sólo el camino siempre ahora en movimiento.
Déjame marchar, Yo, hacia mí.