Quiero
rebelarme contra mi propia libertad:
tomar decisiones; dejar de tomarlas.
Quiero
amerizar sin ruido en mi vacío existencial,
dejarme
llevar, tomar el timón de la deriva.
Quiero
arrancar de cuajo mis principios,
quitarlos
del medio; ponerlos en el fin,
comenzar
desde la oquedad que dejan.
Quiero
obligarme a no dictarme el paso,
liberarme
de la responsabilidad de ser yo.
Quiero
hacer exactamente lo contrario que el resto:
quiero
ser exactamente lo mismo que ellos,
rebelarme
contra mi ley revolucionaria,
hacer
también aquello
que se supone que debería hacer.
No
es propio de mí amar, ni llorar, ni sonreír en exceso,
más
bien soy de amar mi propio ser, en soledad,
soy
más de no decir; de no decirlo todo diciendo.
Tengo
muy clara mi propia máscara:
tengo
que desempañar el espejo cada mañana
antes
de la ducha, usar el catalejo inverso,
tomar
café, fumar tabaco,
observar el movimiento de la cortina
del baño.
Tengo
que pagar demasiados peajes para contactarme,
revisar
periódicamente mis fotos pasadas para conectarme.
Soy
más de ser lo que siempre he sido:
Un
soñador arrastrado por su máscara invisible,
aplastado por la inamovilidad de su
amor propio.
Ya
soy mi propio amo; mi propio subyugado; mi amor.
Lo
que quiero.
Lo
que quiero hacer es lo que quiero.
Lo
que quiero es saber qué es lo que quiero hacer.
Lo
que quiero es saber que lo que quiero hacer es lo que quiero.
Lo
que no quiero ya lo sé; no es necesario repetirlo.
No
quiero depender de ningún ente, inteligente, tangible o no.
No
quiero utilizar la autodestrucción como salvavidas.
No
quiero necesitar saciar ninguna necesidad por complacencia,
ser
súbdito del ánimo de nadie,
ni
amo de nada.
No
quiero arrojar piedras contra los dragones que me acechan;
es
profundamente infructuoso tratar de prevenir lo que no quiero.
No
querer lo que no quiero es sí; No
quiero tratar lo que no quiero.
Vivo
en el tablero de un siniestro juego que consiste en ganar dinero,
en
no dejar ganarlo, en dar vueltas en círculos gastándolo
para
poder ganarlo.
Vivo
en un escenario donde todo es impostado al que llaman realidad,
un
lugar dónde las caricias son de atrezo y la pureza ilusa es fusilada.
Vivo
en una monumental secta que no acepta agnosticismos,
hombres
de ciencia que creen ciegamente en la existencia de la casualidad,
hombres
de fe que profundamente no se fían ni de sus congéneres.
Vivo
en el circo de “la estupidez más difícil todavía”,
la
acrobacia más insulsa,
la
conversación intrascendente enredando ovillos de ego.
Vivo
donde siempre he vivido; vivo donde nunca he vivido.
No
quiero huir de aquí sin motivo sino salir en busca de uno.
Lo
que quiero. Lo que no.
Quiero
contradecir mis adicciones; sin su fuerza no puedo avanzar.
Quiero
restituir mis ilusiones; desplazar la sed de agua salada.
Quiero
sacar residuos de odios olvidados de mis cloacas,
reconocerme
otra vez; reconocerme cada vez; conocerme.
Quiero
dejar de preguntarme qué haría yo en cada situación,
olvidar
mi opinión y darme la espalda para darme la razón.
Lo
que quiero.
Lo
que quiero hacer es lo que quiero.
Lo
que quiero es saber qué es lo que quiero hacer.
Lo
que quiero es saber que lo que quiero hacer es lo que quiero.
Quiero
rebelarme contra mi propia libertad:
tomar decisiones; tomar decisiones.
Quitar
el tapón del mar de mi vacío existencial,
reconstruir
mi velero con materiales nuevos.
Quiero
asumir la responsabilidad de ser yo:
un
soñador sin máscara que avanza rápido
en
la aerodinámica de un signo de interrogación.
Nada
es propio de mí porque no tengo posesiones,
no
me pertenece ni mi propia nada.
Lo
que quiero es no dar nada por sentado.
Quiero
levantarme y dar todo lo que quiero.
Quiero
callarme y hacer todo lo que digo;
no
decir todo lo que hago y callarme.