He llenado
de hachazos el viento
buscando mi
destino.
No me quedan
ya balas en la recámara
pero tengo
los bolsillos
llenos de
piedras
para
reventar las vidrieras de los templos del miedo.
¡Cómo canta
la oscuridad!
¡Cómo ruge!
He oído
sirenas
menos
atrayentes que el fracaso.
Nos enseñan,
sí,
nos enseñan
a perder
una
y otra
y otra vez
y otra,
venga
otra
y otra
y lamentarse
y no a
aprender.
Sí,
nos enseñan
a asumir el fracaso
como parte
constituyente del ser.
“Eres bueno”
dicen tus
progenitores
mientras
esculpen un oscuro bosque endemoniado
en el lienzo
del futuro.
Mira cómo
bailo.
¡Siéntate
y estudia, hijo de puta!
Cuando ya no
tengas piernas
y un árbol
muerto te cuelgue de los labios
vomitarás
todos los conocimientos superfluos
sobre la
cara de tus nietos.
He llenado
de hachazos el viento.
Quiero
correr,
pero tengo
en la mochila
las ruinas de los sueños
de todos mis
antepasados.
¡Cómo grita
el abismo!
¡Cómo tira!
Presos desde
los tres.
Nos
decapitan.
Reticulan
nuestros folios blancos,
mutilan las
alas de la imaginación,
encadenan
nuestra lengua
y construyen
marionetas para que muevan los hilos de nuestras muñecas.
Presos.
Lejos de la
naturaleza.
Lejos de los
sueños, de la realidad,
de la
dolorosa verdad que libera las gargantas.
Presos
en un limbo,
del que es
mejor no salir
si ya es
demasiado tarde.
He llenado
de hachazos el viento.
He llenado de hachazos el viento
para abrirme
paso hacia afuera.
He llenado de
hachazos el viento
en vez de
abrirme el pecho y buscar dentro.
He
llenado de hachazos el viento
buscando un destino
que he tenido siempre
guardado en el bolsillo.
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