Los lunes son
para sembrar manzanas,
arriar el viento, levar el suelo.
Los lunes
desangran a las margaritas
y en los estancos hay de todo.
Las gatas suelen, los lunes,
ronronear más cerca de la cara,
la leche caliente es ocre.
Los lunes despellejan imaginación,
mutilan relojes y balones.
Los lunes no sucumben al martes,
ni al jueves, si no quieren.
Los lunes escampa el sueño
al
despertar,
la luna dice ser otra persona
y los lobos
aúllan a su propio reflejo en el arroyo.
Los lunes rascan la ventana
con el periódico impoluto en la boca,
las esquinas son más rectas
y las palabras son cauces sin agua.
Los lunes pesa menos la maleta
y más el recuerdo de mañana.
Las hormigas no distinguen los lunes
de una pipa de girasol
y una cuerda de peonza gime
al fondo de un cajón del escritorio.
Los lunes todo es más real
y menos auténtico,
los pijamas son disfraz,
la raya al medio silvestre.
El sol fabrica instantes, los envasa
y los arroja sin mirar
al contenedor orgánico.
Los lunes, los poetas escriben sin musa
y le gritan versos antagónicos
a su propio reflejo agónico y mudo
en el arroyo.
Los lunes son lunes, sí, con el corazón en la retaguardia, pero a veces algo como esto los vuelve esenciales.
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